La Cumbre de París cierra un acuerdo histórico contra el cambio climático

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La lucha contra el cambio climático consiguió este sábado poner de acuerdo casi al mundo entero. Los representantes de cerca de 200 países, reunidos en la Cumbre del Clima, adoptaron el primer acuerdo global para atajar el calentamiento desencadenado por el hombre con sus emisiones de gases de efecto invernadero. El pacto abre un camino, pero no es la meta, como resaltaron los negociadores. Los esfuerzos que hay ahora sobre la mesa no son suficientes para impedir que el aumento de la temperatura a final del siglo se quede “muy por debajo de los dos grados”, el objetivo que persigue el pacto. Todos los países firmantes deberán limitar sus emisiones, aunque los desarrollados tendrán que hacer un mayor esfuerzo y movilizar 100.000 millones de dólares anuales.

Era la señal que muchos esperaban desde que los responsables de la inmensa mayoría de países del mundo comenzaron a discutir sobre cambio climático hace más de dos décadas. Era la señal también que muchos inversores, atrapados ahora entre las dudas, querían oír para saber hacia dónde dirigir su dinero. El acuerdo alcanzado este sábado en París —tras dos semanas de reunión dentro de la cumbre y tras seis años de prolegómenos— es “el primer acuerdo universal de la historia de las negociaciones climáticas”, recordó François Hollande cuando presentó el texto final que luego fue aprobado. El presidente francés recordó los atentados que sacudieron París hace un mes. Y rogó a los representantes de los 195 países reunidos en la cumbre que apoyaran el pacto, como finalmente ocurrió.

El acuerdo de París fija, entre otros objetivos, elevar los “flujos financieros” para caminar hacia una economía baja en emisiones de gases de efecto invernadero, cuya sobreacumulación en la atmósfera por las actividades humanas ha desencadenado el cambio climático. “Estamos mandando un mensaje clave al mercado global”, valoró este sábado John Kerry, secretario de Estado de EE UU. “Movilizar la inversión”, dijo, es fundamental para lograr una “transición a una economía limpia”. “Los mercados ya tienen una señal clara”, remarcó el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon.

Con este pacto los representantes de los 195 países reunidos en París no solo admiten que el problema del cambio climático existe, sino que reconocen que el aumento de la temperatura es responsabilidad del hombre. Por eso, establecen medidas para combatirlo.

Ante el fracaso hasta ahora de los intentos por fijar metas obligatorias individuales a cada país —el Protocolo de Kioto apostó por esa fórmula y solo logró cubrir el 11% de las emisiones mundiales— ahora se le da la vuelta al proceso. Se pone una meta obligatoria: que el aumento de la temperatura media en la Tierra se quede a final de siglo “muy por debajo” de los dos grados respecto a los niveles preindustriales e incluso intentar dejarlo en 1,5. Luego, cada país pone sobre la mesa sus aportaciones voluntarias para reducir sus emisiones de gases de efecto invernadero nacionales. Y lo hacen todos. 187 de los 195 países reunidos en París han presentado ya sus programas nacionales. Todo el que firme y ratifique el pacto —algo que ocurrirá a partir de la próxima primavera— deberá aportar contribuciones con las limitaciones de gases.

Pero el acuerdo de París, que entrará en vigor en 2020, por sí solo no es suficiente para lograr el objetivo de los dos grados. Según se reconoce en la “decisión”, la segunda parte del texto, los programas de recorte que han presentado esos 187 Gobiernos no bastan. “Se requerirá un esfuerzo mucho mayor”, se indica. Por eso se establecen mecanismos de revisión al alza de los compromisos cada cinco años. También, herramientas de transparencia, como los inventarios, para intentar que el control sea lo más efectivo.

El acuerdo nace del desarrollo del convenio de las Naciones Unidas sobre cambio climático, que se remonta a 1992. El mundo, en estas más de dos décadas, ha cambiado y aquel documento ha quedado desfasado, fundamentalmente en los anexos, donde se establecía el listado de países desarrollados que estaban obligados a reducir sus emisiones. Veintitrés años después, los industrializados de los anexos solo representan alrededor del 35% de las emisiones mundiales. Y China e India, que están ya entre las cuatro economías más contaminantes del planeta, se quedaban fuera de los Estados que deben asumir los mayores esfuerzos. Uno de los debates más intensos que han puesto en riesgo este acuerdo ha sido precisamente este: la persistencia o no aquella diferenciación. Finalmente, el acuerdo establece que todos deben hacer planes de control de las emisiones. Pero a los desarrollados se les fijan mayores exigencias. Por ejemplo, se establece que ellos deberán “seguir encabezando los esfuerzos” en reducción de emisiones. “Nos complace que el acuerdo diferencie las acciones”, dijo este sábado el ministro de India Prakash Javadekar.

“El acuerdo no es perfecto”, admitió Xie Zhenhua, el representante sobre cambio climático de China. “Pero eso no nos ha impedido dar un paso histórico”, añadió. Xie instó también a los países desarrollados a que cumplan con sus obligaciones.

Fondo anual

Entre esos deberes está “movilizar” un fondo de 100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020. A partir de 2025, se revisará al alza. A este fondo también podrán aportar los emergentes, aunque en su caso es una posibilidad “voluntaria”. El fondo anual se destinará a que los Estados con menos recursos puedan adaptarse al cambio climático; por ejemplo, con medidas de protección por el aumento del nivel del mar. También servirán para que esos mismos países puedan crecer económicamente pero con bajas emisiones de dióxido de carbono.

La negociación del acuerdo ha recaído sobre las espaldas delministro francés de Exteriores, Laurent Fabius. “Es un martillo pequeño, pero hace mucho por la humanidad”, dijo tras dar el golpe en la mesa por el que quedaba aprobado el pacto. Su premura no gustó a Nicaragua, que protestó y dijo que no podía admitir el acuerdo porque, entre otras cosas, supone impedir en el futuro la reclamación de indemnizaciones por los daños causados por el calentamiento. Nicaragua es uno de los ocho países que no ha presentado planes para limitar sus emisiones.

“Siempre podrán decir que el 12 de diciembre de 2015 estaban en París”, le dijo Hollande a los ministros reunidos en la cumbre. “Y podrán sentirse orgullosos ante sus hijos y sus nietos”.

El mundo busca el primer pacto global contra el cambio climático

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El mundo tratará de cerrar en París el primer acuerdo global contra el cambio climático en los próximos 15 días. 195 países buscan reemplazar el Protocolo de Kioto, un pacto que desde su aprobación en 1997 no ha conseguido reducir las emisiones globales de gases de efecto invernadero. A diferencia de Kioto, que cubría el 11% de las emisiones —y que no vinculó a China y EE UU en la mitigación—, ahora se intenta un pacto que comprometa a todos. Casi 180 países han presentado antes de la cumbre planes voluntarios de reducción de emisiones. Pero esos esfuerzos no son suficientes para impedir que la temperatura suba más de dos grados a final de siglo, el límite fijado por la ciencia como crítico. Encontrar la forma de superar esa brecha, la financiación de la adaptación y el grado de vinculación son los retos de la cumbre.

Más de 140 presidentes y jefes de Estado tomarán la palabra hoy en la capital francesa en uno de los mayores encuentros diplomáticos registrados fuera de Nueva York, sede de la ONU. Y sus discursos versarán sobre un problema común que recorre de norte a sur el planeta: el calentamiento global. «La lucha contra el cambio climático y la lucha contra el terrorismo serán los dos principales desafíos del siglo XXI», decía este sábado a EL PAÍS Laurent Fabius, ministro de Exteriores de Francia, el país anfitrión que lleva meses de trabajo diplomático para que se cierre un acuerdo el 11 de diciembre.

El nombre de París, una ciudad traumatizada por los atentados de hace unos días, puede quedar unido para muchas décadas a la lucha contra el calentamiento global si de la cumbre internacional que acoge (la COP21) sale un pacto efectivo dentro de dos semanas. Este 2015está a punto de cerrarse como el año más cálido desde que hay registros. Paralelamente, la acumulación de gases de efecto invernadero en la atmósfera también está en niveles históricos. La ciencia (de forma casi unánime) relaciona estos dos hechos y los Gobiernos han asumido ya esa vinculación.

Pese a las alertas, el ser humano ha seguido aumentando las emisiones a través de la generación de energía, la industria, el transporte y la agricultura en las últimas décadas. Se prevé que en 2020 el volumen de emisiones mundiales anuales se duplique respecto a 1970.

Ya se han celebrado 20 reuniones de la ONU como la que acoge París, sin que se haya cerrado un acuerdo que comprometa a todos en la reducción de emisiones. El protocolo que se quiere sustituir, el de Kioto (1997), solo cubría el 11% de las emisiones mundiales. Ahora se quiere llegar al 100% y para eso es necesario que esta vez estén China y Estados Unidos, las dos principales potencias económicas y emisoras de CO2. Ambos han dado algunos pasos, como presentar sus planes de reducción de emisiones ante la ONU. Pero sus compromisos no están entre los más ambiciosos.

La Unión Europea, que negocia como un bloque, llega con una de las propuestas más fuertes: reducir al menos un 40% sus emisiones en 2030 respecto a 1990. Y con un mensaje: se puede crecer económicamente con menos CO2. Entre 1990 y 2012, las emisiones cayeron en Europa un 17,9%. Eso es en términos globales, porque hay excepciones nacionales como España, donde en ese mismo plazo crecieron un 22,5%.

Pero Europa solo representa al 10% de las emisiones mundiales. Sin China y EE UU, se volverá a fracasar en el objetivo que se quiere fijar: reducir las emisiones para que en 2100 el incremento de la temperatura no supere los dos grados de media respecto a antes de la Revolución Industrial.

Esta vez, tras seis años intentando cerrar el pacto, las dos principales potencias han mostrado voluntad de acuerdo. El problema surge al bajar al detalle. Por ejemplo, la UE quiere que el acuerdo tenga puntos jurídicamente vinculantes, algo que incomoda EE UU, que no llegó a ratificar Kioto precisamente por esa obligación jurídica. «La UE no aceptará solo una declaración de principios», dice el secretario de Estado de Medio Ambiente de España, Pablo Saavedra.

«El acuerdo debe ser jurídicamente vinculante y con metas claras», insiste el ministro colombiano de Medio Ambiente, Gabriel Vallejo. Su país está dentro del bloque de países que no son los principales causantes del cambio climático pero que han presentado compromisos de reducción de emisiones. Colombia propone bajarlas un 20% respecto a 2010. Pero podría llegar al 30% si recibiera financiación extra.

Aquí está otro de los puntos de tensión de París: la financiación. Hay dudas sobre quién debe poner los 100.000 millones de dólares anuales que a partir de 2020 deben estar dentro del llamado Fondo Verde. «Tiene que aportar todo aquel que pueda según sus capacidades», opina Vallejo. Sin embargo, otros Estados insisten en que tienen que encargarse de la financiación los que han desatado el problema: los países desarrollados tras décadas de emisiones.

En el pacto parece que fijará la meta de los dos grados. Pero los compromisos de mitigación que 180 países —el 95% de las emisiones mundiales— han presentado antes de la cumbre no son suficientes y colocan al planeta en un incremento de al menos 2,7 grados. La UE pretende que, para solucionar esta brecha, cada cinco años se revise al alza el acuerdo. «Ni China ni EE UU quieren la revisión al alza», dice Valvanera Ulargui, directora de la Oficina Española de Cambio Climático.

Teresa Ribera —directora del Instituto de Desarrollo Sostenible y Relaciones Internacionales de París y que acude a la cumbre con la delegación francesa— se fija en las consecuencias que tendrá cerrar un acuerdo ambicioso. En su opinión, se lanzará un mensaje a los inversores internacionales del sector de la energía, «que en este momento están parados».ç

Obama añade a su legado la lucha contra el cambio climático

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El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, revelará este lunes su plan definitivo para reducir las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera, consideradas como las principales responsables del calentamiento global. Se trata de la primera vez que un mandatario norteamericano impone límites a las emisiones de las plantas energéticas del país, por lo que Obama puede convertir su lucha contra el cambio climático en una de las claves más importantes de su legado en la Casa Blanca.

“El cambio climático ya no es un problema de las generaciones futuras”, afirma el presidente en un vídeo publicado en Facebook. En él, Obama describe su plan como “el paso más importante que haya dado EE UU en la lucha contra el calentamiento global”.

Las plantas energéticas de EE UU son responsables de un tercio de todas las emisiones de dióxido de carbono y otros gases contaminantes del país. El paquete de medidas, que será firmado en la Casa Blanca por la directora de la Agencia de Protección del Medioambiente (EPA), Gina McCarthy, va más allá que el planteamiento anunciado el año pasado por Obama y busca tanto la reducción de emisiones tóxicas como la adopción de energías renovables a mayor escala.

El objetivo más ambicioso del plan supone la reducción de las emisiones de las plantas energéticas en un 32% en 2030 con respecto a los niveles de 2005, a pesar de que el borrador había establecido el límite en un 30%. Según fuentes del Gobierno consultadas por medios estadounidenses, la EPA también exigirá la utilización de más energías renovables, como la solar o la eólica. La Administración ha eliminado la posibilidad de crear un período de transición para las plantas empleando recursos como el gas natural, considerado menos contaminante, para acelerar el proceso definitivamente, y exige el salto directo a las renovables.

La propuesta de Obama supone el colofón a su compromiso con la lucha contra el calentamiento global, uno de los ejes políticos de todo su mandato, eclipsado en su primera legislatura por la reforma sanitaria, y en el que ha querido ahondar especialmente en su última legislatura.

La Casa Blanca se ha apoyado en los datos científicos más recientes para justificar sus últimas propuestas. Las últimas previsionesapuntan a graves consecuencias si la temperatura global sube una media de dos grados y, como alerta Obama en el vídeo publicado ayer, su conjunto de medidas “puede no ser suficiente”. En EE UU preocupan especialmente las temperaturas de sus regiones agrícolas, que harían muy difícil la cosecha en las próximas décadas, la subida del nivel del mar, el aumento de las catástrofes naturales y las consecuencias para la salud de los ciudadanos.

Desde el anuncio del borrador el pasado verano, la Casa Blanca ha chocado con numerosos legisladores del Partido Republicano, que rechazaron el plan en nombre de los Estados cuyas economías dependen profundamente del carbón. Más de una docena de Estados se han negado a implementarlo. Los conservadores apuntaron a las graves consecuencias que atribuyen al plan de Obama, como el cierre completo de plantas energéticas, pérdida de puestos de trabajo y falta de alternativas.

La Administración apunta a un coste total de 8.800 millones de dólares anuales hasta 2030, aunque la cifra puede variar una vez que los Estados hagan su cálculo final. Obama asegura en su presentación inicial del plan que ha “escuchado” a las voces que hablaron en contra del plan, por lo que ha prorrogado en dos años la fecha límite para recortar las emisiones, hasta 2022. La Casa Blanca establecerá objetivos específicos de recortes para cada Estado y luego serán éstos quienes deban diseñar un plan para alcanzarlos y presentarlo antes de 2018.

El plan de Obama también contempla un refuerzo del sistema conocido como cap and trade y que ya recibió un fuerte rechazo por parte de los republicanos. El sistema consiste en la creación de un mercado en el que los Estados pueden comprar y vender licencias para contaminar, a cambio de interponer límites a sus emisiones. Las nuevas medidas añaden además la opción de recibir compensaciones fiscales si los recortes comienzan en 2020.

Los legisladores y gobernadores republicanos que se oponen a esta regulación ya han expresado anteriormente su intención de negarse a adoptar sus imposiciones, que consideran una intromisión del poder federal en la actividad de los Estados, así como una ofensiva en los tribunales. La estrategia es similar a la adoptada contra la reforma sanitaria de Obama, el otro pilar de su legado en política interna.

Y la respuesta de la Casa Blanca, también. En los últimos dos años y a pesar de la dura ofensiva planteada por los republicanos en contra de las principales medidas de Obama, el presidente ha obtenido un importante número de victorias judiciales. La última de ellas llegó el pasado mes de junio, cuando el Tribunal Supremo ratificó la legalidad uno de los módulos más importantes de la reforma sanitaria. Esa victoria y la ambición de Obama por cerrar su mandato con medidas para las generaciones futuras habrían impulsado los nuevos objetivos de su lucha contra el cambio climático.